Queridas/os educadores, profesores, miembros de nuestras comunidades educativas: Hoy nos reunimos no sólo como docentes o responsables de la formación, sino como discípulos del Maestro por excelencia: Jesús de Nazaret. Y al mirar su vida, especialmente en el evangelio de Marcos, sentimos una fuerte interpelación: ¿Desde dónde y cómo enseñamos? ¿Qué autoridad nos sostiene? ¿Qué espíritu nos mueve al enseñar?
1. Enseñar con autoridad… la autoridad del corazón
El texto de Marcos nos muestra una escena conmovedora: Jesús entra en la sinagoga y se pone a enseñar. Pero hay algo nuevo, algo distinto: “Enseñaba con autoridad, no como los escribas.” ¿Qué significa esto?
Los escribas repetían contenidos. Enseñaban desde la institución, respaldados por citas y tradiciones. Jesús, en cambio, enseñaba desde el Espíritu, desde una vida encarnada, desde un amor comprometido con los que más sufrían. Su autoridad no venía del cargo, sino del testimonio. No de la ley, sino del corazón.
Hoy, nuestras aulas y escuelas no necesitan solamente instructores de materias. Necesitan maestros de vida. Personas que hablen no sólo con la cabeza, sino también con el corazón; que comuniquen con su ejemplo, no sólo con su discurso. El conocimiento técnico puede formar profesionales; pero sólo el amor transforma vidas.
2. Educar sanando: más que instruir, acompañar
Jesús no sólo enseñaba: curaba. Su enseñanza estaba orientada a sanar, a liberar, a restaurar la dignidad herida. Por eso, su palabra tenía impacto: levantaba, no aplastaba. Abría, no encerraba. Animaba, no controlaba. ¿Y nosotros? ¿Cómo enseñamos?
En un mundo saturado de información, la educación no puede seguir reduciéndose a contenidos. Educar es curar. Es sanar heridas emocionales, liberar de miedos, reavivar la esperanza. Cada niño, joven o adulto que pasa por nuestras manos lleva su historia, sus luchas, sus heridas. Y también, su posibilidad de sanar si encuentra en nosotros a alguien que crea en él o en ella. Un docente que escucha, que acompaña, que pone nombre al sufrimiento sin juzgar, está realizando una de las tareas más sagradas del Evangelio. No se trata de tener todas las respuestas, sino de estar presentes, con humanidad, como lo hacía Jesús.
3. Enseñar con una pedagogía nueva: la del Espíritu
Jesús no era un repetidor de doctrinas, ni un vocero de teorías religiosas. Era un maestro que le hablaba al alma. Su pedagogía no estaba centrada en el control ni en el miedo, sino en el encuentro, en la escucha, en la confianza profunda en el otro.
Necesitamos hoy una pedagogía del Espíritu:
Que mire al alumno como sujeto, no como receptor pasivo.
Que despierte el deseo de aprender, no que lo ahogue con exigencias sin sentido.
Que sepa generar espacios donde la verdad no se imponga, sino que se descubra juntos.
Educar así es enseñar como Jesús. Es hacer del aula un lugar de crecimiento integral: intelectual, emocional, espiritual. Es mostrar que el saber tiene sentido cuando ayuda a vivir mejor, a convivir mejor, a ser más humanos.
4. Urgencia de ser maestros de vida
Hoy más que nunca, nuestros jóvenes buscan algo más que buenos formadores: buscan referentes. Buscan testigos que encarnen lo que enseñan, que no tengan miedo de mostrar su fragilidad, que enseñen con la vida. Un maestro de vida no es alguien perfecto. Es alguien auténtico, que ha hecho del amor su camino educativo. Que con su ejemplo contagia el arte de vivir con sentido, de hacerse preguntas profundas, de no conformarse con lo superficial. La autoridad del maestro de vida no se impone: se reconoce. Brota del testimonio, no del cargo. Se gana, no se exige.
5. Y no olvidar a los más frágiles
Jesús no sólo enseñó con autoridad ni sólo curó con amor. Se acercó, sobre todo, a los más desvalidos, a los que no contaban, a los que todos esquivaban. En Marcos 1, Jesús sana a un hombre poseído, marginado, invisible.
También hoy, nuestras aulas están llenas de estos rostros: estudiantes con heridas invisibles, con enfermedades emocionales o mentales, con familias rotas, con cargas muy pesadas para su edad. A veces no se notan… pero están. Y esperan que alguien los mire con compasión. Educar con el corazón es tener una mirada especial para estos pequeños y pequeñas. No para sobreproteger, sino para acompañar, contener, dignificar. Porque, como decía Jesús: «Lo que hagan con uno de estos pequeños, a mí me lo hacen».
Conclusión: Volver a Jesús, volver al corazón
Queridos educadores:
Jesús no fue un escriba más. Fue un maestro distinto. Y nos llama hoy a seguir educando como Él:
No desde el miedo, sino desde la confianza.
No desde el poder, sino desde el servicio.
No desde la tradición vacía, sino desde el Espíritu que da vida.
Volvamos al corazón. Enseñemos con amor. Seamos para nuestros alumnos curadores de humanidad. Entonces nuestra enseñanza tendrá autoridad. Entonces nuestras palabras llegarán al alma. Y nuestra labor no será solo educativa… será profundamente transformadora. Amén.
Alberto Lorenzelli Rossi – SDB
Homilía Seminario de Educación Vicaria zona Maipo


