Queridos jóvenes peregrinos,
Hoy, al llegar a este santuario bendecido por la vida y el testimonio de Santa Teresita de los Andes, estamos viviendo algo más que una caminata. Estamos haciendo un camino interior, una peregrinación del corazón. Han llegado hasta aquí como buscadores de sentido, como jóvenes con preguntas, cansancios, sueños y esperanzas.
El Evangelio de hoy nos presenta una parábola muy potente: el fariseo y el publicano que suben al templo a orar. Ambos están en el mismo lugar, pero con actitudes muy distintas.
El fariseo se cree justo, se compara con los demás, se ensalza a sí mismo.
El publicano, en cambio, se pone en verdad ante Dios. No tiene mucho que ofrecer, solo su corazón humilde. Y es él quien sale justificado.
Jesús nos muestra que la humildad es el camino que abre las puertas del cielo. No se trata de parecer buenos, sino de ser sinceros. No se trata de aparentar perfección, sino de caminar con un corazón que sabe que necesita a Dios.
Cierra tus ojos y transpórtate al atrio del templo. Escuchas el murmullo de oraciones, el humo del incienso sube lentamente. Ves al fariseo de pie, erguido, su voz clara enumera méritos. A lo lejos, casi escondido en las sombras, está el publicano. Su cabeza baja, sus puños golpean suavemente su pecho. Escuchas su susurro quebrado: “Dios mío, ten piedad de mí…“.
Ahora mira a Jesús. Está observando ambas escenas. Sus ojos se detienen en el publicano. Hay ternura infinita en esa mirada. Acércate. Jesús te mira con esos mismos ojos llenos de misericordia. No dice nada. Simplemente extiende sus manos hacia ti, esas manos marcadas por los clavos. Te invita a acercarte tal como eres. Permanece en silencio. Siente su amor incondicional envolviéndote. No necesitas palabras, no necesitas explicaciones. Solo recibe. Recibe su perdón que cae como lluvia sobre tierra seca. Recibe su abrazo que restaura tu dignidad. Respira su paz. Eres hijo amado. Nada que hacer, solo ser amado.
Santa Teresita: Peregrina del amor humilde
Santa Teresita también hizo su peregrinación interior. En su juventud, descubrió que el camino de la santidad no era hacer cosas grandes, sino amar en lo pequeño, confiar en Dios y vivir con humildad su fragilidad. Ella no fue farisea. Fue como el publicano: pequeña, sincera, confiada.
Por eso, hoy los invito a ser como ella: peregrinos de esperanza, no por su fuerza, sino por la confianza en un Dios que levanta al humilde, que abraza al pecador, que camina con los que se saben necesitados.
Una parábola para ustedes: “La antorcha y el fuego”
Permítanme contarles una pequeña parábola: Un día, una joven encontró una antorcha apagada. “¿Para qué sirve si no tiene fuego?”, pensó. Pero un anciano sabio le dijo: “Tú no eres la llama, pero puedes llevar la luz si te acercas al fuego”. Entonces la joven caminó buscando fuego, y cuando lo encontró, encendió su antorcha. Desde entonces, no solo caminó con luz, sino que encendió la antorcha de muchos otros en el camino.
Jóvenes: ustedes no son la llama, pero pueden llevar la luz. Cristo es el fuego. Ustedes, si se dejan encender por Él, pueden iluminar a otros jóvenes que caminan en oscuridad, en dudas, en desesperanza.
Envío: ¡Sean peregrinos de esperanza!
Al terminar esta peregrinación, no regresen a casa igual. Que el cansancio de sus pies se convierta en pasión en su corazón. Que lo vivido aquí no se quede aquí.
Sean peregrinos de esperanza entre sus amigos, en sus colegios, en sus familias.
Sean como el publicano: sinceros, humildes, pero confiados en el amor de Dios.
Sean como Santa Teresita: pequeños, pero con un fuego que abrasa el mundo.
Oración final
Señor Jesús,
como el publicano venimos ante Ti,
no por lo que hemos hecho,
sino por lo que Tú puedes hacer en nosotros.
Haznos peregrinos de esperanza,
enciende en nosotros el fuego de tu amor,
y envíanos a iluminar a otros jóvenes
con la luz que nace de tu misericordia. Amén.


