Queridos hermanos y hermanas:
Hoy nos reunimos con el corazón encogido. Venimos heridos, indignados, dolidos por lo que ha sucedido en esta capilla: la profanación del Santísimo Sacramento, el robo sacrílego de Aquel que es nuestro mayor tesoro. No venimos solo a expresar tristeza; venimos, ante todo, a reparar, a consolar el Corazón de Cristo y a reafirmar nuestra fe en su presencia real, viva y amorosa en la Eucaristía. Y la Palabra de Dios que hoy escuchamos ilumina profundamente este momento.
- “Yo soy el pan vivo bajado del cielo” (Jn 6,51)
El Evangelio proclamado, Juan, nos coloca frente a una verdad que jamás podremos abarcar del todo: Dios mismo se ha quedado entre nosotros en un pedazo de pan. “El pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo”.
Ese es el misterio que ha sido profanado. No solo se ha ultrajado un objeto sagrado; se ha herido el corazón de una comunidad que ama a Jesús, que lo adora, que vive de Él. Sin embargo, el mismo Jesús que se dejó romper en la Cruz por amor, se deja “vulnerar” en la pequeñez del pan para poder estar siempre con nosotros. Hoy, aunque sentimos dolor, sabemos que Él no deja de ser Dios, no deja de amarnos, no deja de darse. Y aquí surge algo central para nosotros: Lo que ha sido atacado es precisamente lo que nos salva: el amor humilde y desarmado de Jesús en la Eucaristía.
- Nada podrá separarnos del amor de Cristo (Rom 8, 31-39)
En la carta a los Romanos, san Pablo nos habla directo al corazón en este momento:
“Si Dios está con nosotros, ¿quién contra nosotros?” “¿Quién nos separará del amor de Cristo?” “Ni la muerte, ni la vida… ni ninguna criatura podrá separarnos del amor de Dios”.
Hoy vivimos una experiencia que hiere la sensibilidad de la fe, que toca lo más íntimo. Pero Pablo nos recuerda: no existe fuerza humana o maligna capaz de quebrar nuestra unión con Cristo. Sí, han profanado el sacramento. Pero no han vencido el amor de Cristo. No han logrado confundir a su pueblo. No han destruido la fe de esta comunidad. No han debilitado a su pastor, que hoy nos acompaña con un corazón desgarrado pero firme.
- Cercanía al párroco y a la comunidad
Querido padre Andrés, hoy queremos decirte: No estás solo. Estamos contigo. Caminamos juntos. Cuando profanan la Eucaristía, también profanan tu entrega diaria como pastor, tu amor a la comunidad y tu fidelidad al Señor. Gracias por sostenernos, por no desanimarse, por guiarnos hoy en este acto de reparación. Y a ustedes, comunidad amada, también quiero decirles: El dolor que sienten honra su amor por Jesús. Esta herida revela que aquí se cree, que aquí se adora, que aquí se ama al Señor verdaderamente presente.
Pero también es momento de recordar algo fundamental: Donde abunda el pecado, sobreabunda la gracia. La herida que hoy sufrimos será causa de una fe más fuerte, de una adoración más profunda, de una comunidad más unida.
- ¿Qué nos pide hoy el Señor?
a) Adorar más. Si el mal ha querido ofender a Cristo, nosotros respondemos adorándolo con mayor amor.
b) Reparar con corazón humilde. Nos unimos al dolor de Jesús Eucaristía y le decimos: “Señor, te amamos. Te pedimos perdón por quienes no te aman.”
c) Crecer en fe eucarística. Nada de esto tiene sentido si no crecemos en la convicción de que en la Hostia consagrada está vivo el Señor.
d) Perdonar sin odio. No reaccionamos con rencor. La Eucaristía nos enseña otra lógica: la del amor que se entrega.
- Conclusión
Hoy, en esta celebración de desagravio, no solo sanamos una herida; renovamos el corazón eucarístico de esta comunidad. El Señor, que ha sufrido este ultraje, nos mira hoy con ternura y nos dice en silencio: “Yo estoy aquí. Yo sigo con ustedes. Nadie podrá separarles de mi amor.” Que esta herida nos vuelva más fuertes, más adoradores, más hermanos.
Y que María, Mujer eucarística y Madre de la Iglesia, acompañe nuestro camino de reparación y consuelo. Amén.
Alberto Lorenzelli Rossi – SDB
Obispo auxiliar de Santiago
Homilía sobre la profanación del Santísimo de la Capilla Cristo Redentor en La Pincoya de Huechuraba, 24 de noviembre de 2025.


