“Dios no ve el pasado como una condena, sino como tierra donde Él puede hacer nacer algo nuevo”

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Hermanas, hoy la liturgia del segundo domingo de Adviento nos invita a despertar la esperanza. No una esperanza ingenua o superficial, sino una esperanza que nace cuando dejamos atrás lo que nos encadena por dentro y nos atrevemos a creer que Dios puede hacer algo nuevo en nuestra vida.

Todas sabemos que hay valores y maneras de vivir que se agotan, que nos dejan vacías: el egoísmo, la violencia, el orgullo, la desconfianza, la dureza del corazón… Muchas veces son actitudes que aprendimos para sobrevivir, pero que no nos conducen a la vida. Adviento es el tiempo para decirle al Señor: “Quiero cambiar. Quiero mirar de otra manera. Quiero vivir de otra manera”.

El renuevo que brota del tronco seco

La primera lectura, del profeta Isaías, nos regala una imagen preciosa:de un tronco viejo y aparentemente seco brota un renuevo, una rama nueva llena de vida. Muchas de ustedes pueden sentirse así: como un tronco al que la vida ha golpeado, que parece seco por fuera, cansado, herido… Pero Isaías dice que Dios hace brotar vida donde ya nadie la espera. Ese renuevo es el Mesías, Jesús, que viene a defender a los pobres, a levantar a los que cayeron, a traer paz donde antes había violencia, a hacer justicia donde hubo injusticia. Ese renuevo puede brotar también en ustedes. Dios no ve el pasado como una condena, sino como tierra donde Él puede hacer nacer algo nuevo.

El sueño de Dios: un mundo reconciliado

Dios se hace hombre para cambiar la historia, para sembrar un mundo nuevo:

un mundo sin divisiones, sin violencia, sin dolor. Un mundo en el que incluso la creación viva en armonía. A veces esto parece un sueño demasiado grande, sobre todo aquí dentro, donde todo recuerda la dureza, la soledad, la ruptura. Pero Adviento es creer que Dios no sueña en vano, que su sueño comienza a cumplirse en el corazón de quienes se dejan renovar. Y ese corazón puede ser el tuyo.

Una comunidad que acoge, que sana, que acompaña

San Pablo, en la segunda lectura, nos invita a ser una comunidad donde haya amor, acogida, respeto, ayuda mutua. Sabemos que no siempre es fácil: ni en nuestras casas, ni en nuestras parroquias, ni tampoco aquí dentro. La convivencia puede estar marcada por críticas, tensiones, rivalidades, heridas. Pero Pablo nos llama a tener los mismos sentimientos de Cristo, a construir una comunidad donde todas caminemos con un mismo corazón.

Hoy que algunas de ustedes reciben la Confirmación, la Iglesia les dice: el Espíritu Santo viene para unir, para sanar, para dar fuerza, para hacer de cada una, una luz para las demás. Queridos hermanas: ustedes hoy reciben esa luz. El Espíritu Santo enciende en ustedes la luz de la fe, el fuego del amor, “un fuego que enciende otros fuegos” como decía San Alberto Hurtado. No la escondan. No tengan miedo. El mundo las necesita. Recuerden: no están solas. Tienen a Jesús, al Espíritu Santo, a una comunidad que las acompaña. ¡Que el Espíritu las transforme interiormente! Esa luz es como tu fe. Si la escondes, se apaga. Si la compartes, crece. Hoy, esa luz es su Confirmación. El Espíritu Santo enciende su luz en ustedes, y les pide que no la guarden. Que la lleven a los demás.

Conversión: abrir espacio al Dios que viene

En el Evangelio aparece Juan el Bautista, que nos llama a la conversión. Convertirse no es solo portarse “un poco mejor”; es cambiar de dirección, dejar de caminar hacia aquello que nos destruye y volvernos hacia Dios. Pero, ¿cómo dejar entrar a Dios si el corazón está lleno de orgullo, de miedo, de rencor, de preocupaciones? La conversión es limpiar un espacio interior para que el Señor pueda habitar. Es dejar que Él toque las heridas, que Él nos levante, que Él nos muestre otro camino. Convertirse es romper el aislamiento, dejar la soledad que nos encierra y abrirnos a la posibilidad de ser amadas y perdonadas. Aquí dentro, donde muchas veces se experimenta la soledad más profunda, esta llamada es todavía más fuerte: no estás sola, Dios te busca, Dios te espera, Dios quiere caminar contigo.

Creer que Dios quiere salvarnos

Uno de los mayores problemas de nuestra fe es que no nos creemos de verdad que Dios quiere salvarnos, que quiere compartir su vida con nosotras. Si comprendiéramos esto, viviríamos de otra manera.

Imaginen lo que sería vivir sabiendo que nunca estamos solas, que nuestro cansancio descansa en Él, que toda sed de cariño puede calmarse en su corazón. Si miráramos el mundo como lo mira Dios, descubriríamos que incluso aquí, incluso en medio de la historia más rota, la esperanza comienza a amanecer.

Caminar hacia la luz: frutos de conversión

Juan el Bautista nos pide frutos concretos: ser generosas, humildes, pacíficas, acogedoras, sinceras, servidoras unas de otras, mujeres de esperanza. Convertirnos de la agresividad, de la mentira, del desamor, del orgullo, de la violencia, de sentirnos superiores a las demás.

Y también de esos pecados silenciosos, los de omisión: el bien que no hacemos, la palabra de consuelo que callamos, la ayuda que no damos. Aquí, donde cada gesto pesa, cada palabra cuenta, cada una puede ser sembradora de paz.

Y en este camino, ¿quién mejor que María, la Mujer del Adviento, la Oyente de la Palabra, la que hizo de la voluntad de Dios su vida entera? Cuando dijo: «Hágase en mí según tu Palabra», comenzó en su corazón la verdadera liturgia: la entrega total de sí misma, que culminó al pie de la Cruz, donde su vida se hizo ofrenda junto con la de su Hijo. Que ella, Virgen y Madre Santísima, nos acompañe, nos forme en el silencio orante, nos cuide en nuestra vida y compromiso, y nos enseñe a responder cada día, con la humildad y la alegría Hágase en mí según tu palabra. Amén.

Homilía de las Confirmaciones realizada en la Cárcel de Mujeres de San Joaquín el 7 de diciembre de 2025.

Alberto Lorenzelli Rossi – SDB

Obispo auxiliar de Santiago

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