En el camino de este tiempo de Adviento nos encontramos con esta celebración de la Inmaculada Concepción, una de las fiestas grandes de la Madre de Jesús. Al igual que nosotros acá, la Madre convoca a numerosos peregrinos devotos en el cerro de San Cristóbal donde María nos contempla a la ciudad de Santiago y en el Santuario de Lo Vásquez, en Casablanca, entre otros.
María, por singular privilegio, fue preservada de toda mancha de pecado ya desde el momento de su concepción. No es un paréntesis en el Adviento, pues en la Madre empieza a realizarse el misterio de la encarnación del Hijo. Hoy también recordamos que Dios puso junto a Jesús a su Madre, la que le esperó, la que le dio a luz, la que le mostró a los demás.
María, es considerada por la Iglesia la primera entre todos los santos. Este calificativo nos indica que en ella podemos ver un modelo perfecto de a qué estamos llamados los cristianos.
María reunió en su vida una serie de actitudes que la hicieron mantenerse pura a lo largo de toda su existencia: la humildad de quien se sabe pequeña, la disponibilidad absoluta de servicio al que la necesita, la confianza en Dios, la discreción sin buscar protagonismo, la fe confiada de la que cree sin haber visto, todas estas cosas la hacen ser la primera entre todos.
La figura de María es una figura clave en la Historia de la Salvación, como no puede ser de otra manera, de entre todos los personajes que juegan un papel fundamental en la preparación del nacimiento de Jesús, no cabe duda, de que el de María es determinante. Ella puede ser el ejemplo ideal, que nos puede servir de guía para esperar como se merece la venida de Jesús.
Hoy fiesta de la Inmaculada tenemos una posibilidad, fijarnos en ella, y seleccionar quizás al menos alguna de sus virtudes y pedírsela a Dios a través de ella. Cuando recibe el anuncio del ángel de que va a ser la madre de Jesús, sabe estar disponible a lo que se le anuncia, sabe aceptar los planes de Dios sobre ella, no se echa atrás, es una mujer con una fe lo suficientemente fuerte como para aceptar lo que Dios quiere. Qué importante es mirar con ojos de fe los acontecimientos de la vida. Qué importante es para el creyente saber descubrir a Dios en las cosas que nos pasan a diario, en las personas, en las situaciones. Cuanto cambiaría nuestra conducta si de verdad nos atreviéramos a vivir esto. El camino del Adviento solo se puede hacer desde la fe, si yo sé reconocer en el niño del portal al Hijo de Dios, si yo sé reconocer en él al Salvador del mundo y ese niño también me está pidiendo a mí la fe suficiente para aceptar los planes de Dios sobre mí.
María asume las consecuencias de la decisión que toma a la hora de decir el Sí a Dios. Aunque sabe que su sí al ángel le va a traer momentos duros, no por eso rehúye esas exigencias. Aunque sabe que su decisión no le va a traer fama, ni honores, ni dinero, sabe ser fiel a la palabra dada, aceptando todo lo que ella lleva consigo. La fidelidad a nuestros compromisos como personas bautizadas son también un buen ingrediente para vivir el Adviento. Normalmente, las opciones de más valor son aquellas que llevan más carga de compromiso, de esfuerzo y de sacrificio.
El sí de María es un sí sin condiciones; cuando se toma una decisión, es necesario saber aguantar, saber ser fiel a la palabra dada, aunque a veces tengamos tentaciones de tirarlo todo por la borda. No puedo decir hoy sí y mañana no. La constancia es también una buena virtud para vivirla en este tiempo. Tenemos que reconocer que a veces nos falta esa constancia en el seguimiento sobre todo en los momentos difíciles o en esas cosas que nos cuestan tanto ofrecer al Señor, porque sabemos que no están de acuerdo con lo que él nos pide. Fe profunda y fuerte, fidelidad y constancia en lo que creemos y saber aguantar en nuestros compromisos, son tres buenas lecciones marianas para este tiempo fuerte.
María con su ejemplo nos guía en el camino hacia la Navidad, ella nos indica el camino, solo queda que yo me decida a seguirlo de una vez por todas, solo queda que yo tenga el coraje suficiente como para ser más constante y firme a la hora del seguimiento de Jesús.
Estamos acá congregados celebrando el último de los jubileos arquidiocesanos, el de la espiritualidad mariana y la piedad popular en este Templo Votivo de Maipú junto a las parroquias de los decanatos de esta comuna y peregrinos de toda la Iglesia de Santiago, especialmente procedentes de los santuarios. Este Jubileo se celebró en Roma el 12 de octubre, y en su homilía, el Papa León XIV nos recordó que “el afecto por María de Nazaret nos une y nos hace, junto con ella, discípulos de Jesús, nos educa a volver a Él, a meditar y a relacionar los acontecimientos de la vida en los que el Resucitado continúa a visitarnos y llamarnos. La espiritualidad mariana nos sumerge en la historia sobre la que se abrió el cielo, nos ayuda a ver a los soberbios dispersos en los pensamientos de su corazón, a los poderosos derribados de sus tronos, a los ricos despedidos con las manos vacías. Nos compromete a colmar de bienes a los hambrientos, a enaltecer a los humildes, a recordar la misericordia de Dios y a confiar en el poder de su brazo (cf. Lc 1,51-54). Su Reino, en efecto, viene y nos involucra, precisamente, como a María, a quien pidió el “sí”, pronunciado una vez, y luego renovado día tras día.
El camino de María va tras el de Jesús, y el de Jesús es hacia cada ser humano, especialmente hacia los pobres, los heridos, los pecadores. Por eso, la auténtica espiritualidad mariana hace actual en la Iglesia la ternura de Dios, su maternidad. «Porque —como leemos en la Exhortación apostólica Evangelii gaudium— cada vez que miramos a María volvemos a creer en lo revolucionario de la ternura y del cariño. En ella vemos que la humildad y la ternura no son virtudes de los débiles, sino de los fuertes, que no necesitan maltratar a otros para sentirse importantes. Mirándola descubrimos que la misma que alababa a Dios porque «derribó de su trono a los poderosos» y «despidió vacíos a los ricos» (Lc 1,52.53) es la que pone calidez de hogar en nuestra búsqueda de justicia» (n. 288).
Queridos hermanos y queridas hermanas, en este mundo que busca la justicia y la paz, mantengamos viva la espiritualidad cristiana, la devoción popular por aquellos hechos y lugares que, bendecidos por Dios, han cambiado para siempre la faz de la tierra. Hagamos de ella un motor de renovación y transformación, como pide el Jubileo, tiempo de conversión y restitución, de replanteamiento y liberación.
Que María Santísima, nuestra esperanza, interceda por nosotros y nos oriente siempre hacia Jesús, el Señor crucificado. En él está la salvación para todos.
Homilía de la celebración Eucarística de la Inmaculada Concepción durante el Jubileo de la Espiritualidad Mariana y la Piedad Popular, realizada en el Templo Votivo de Maipú el 8 de diciembre de 2025.
Álvaro Chordi Miranda
Obispo auxiliar de Santiago
Vicario Zona Centro / Vicario para la Pastoral


