Ya nos aproximamos a la Navidad, una fecha de gran significación para el mundo cristiano. Celebramos el nacimiento de Jesucristo, el Hijo de Dios, y su presencia en medio de nosotros. Por esto, los invito a mirar con esperanza nuestro futuro, a levantar la vista más allá de lo inmediato y apreciar con realismo y generosidad lo que está pasando en el Chile profundo.
Los cambios que se están produciendo avanzan mucho más rápido que las políticas públicas que permitirían hacerles frente, lo cual representa un enorme desafío para el bienestar del país y su gente. Comparto algunas pocas reflexiones sobre los desafíos que enfrentamos como sociedad.
Viejos y solos
En 30 años más tendremos una población muy envejecida con todo lo que ello significa. Según estudios de la Cepal, en Chile, el año 2001, las personas mayores de 80 años eran 214.000; el 2021 eran 561.000, mientras que el 2032 bordearán la cifra de 1.000.000.
El aumento de las expectativas de vida, gracias a los logros notables en materia de políticas públicas en salud, alimentación y estilos de vida, hará que millones de chilenos pasen sus últimos años muy solos. La soledad será el gran mal de los próximos años. La razón es muy sencilla. Las altas tasas de natalidad era lo que permitía que un padre y una madre criaran a sus hijos, y ellos, en la adultez, cuidaran a sus padres. Hoy esto no ocurre. La tasa de natalidad ha disminuido estrepitosamente. Las políticas antinatalistas de hace décadas le torcieron la mano. Según el informe de la Defensoría de la Niñez, para el 2032, la población infantil y adolescente representará solo el 20% de la población global. Si no hay hijos, no hay cuidado de los padres. Esta situación va a llevar a que muchos adultos mayores se hagan cargo de sus padres y, además, de sus nietos.
A algunas personas les molesta que se diga que, ante la soledad, para muchas personas la muerte se percibe como una salida. Las leyes permisivas en materia de eutanasia van por ese camino, aunque se niegue. Esa es la tragedia de Occidente. La eutanasia muchas veces no es un acto de compasión hacia el enfermo, sino que es un acto de compasión hacia una sociedad que no quiere saber nada de ellos, porque son “un problema”.
“Familia y trabajo, los dos aspectos más relevantes de la vida de un ser humano, están heridos. Así, no hay nada en común, salvo la conveniencia inmediata. En este contexto de inmediatez, la dimensión trascendente de la vida se ha relegado al nivel de magia o de mera superstición”.
Educación, corrupción y pobreza
Soy un convencido de que la corrupción es una de las causas de la pobreza en la que están sumergidos millones de personas en decenas de países del planeta. Chile no es la excepción. El acto de corromper, es decir, utilizar la autoridad o el poder en beneficio propio, dañando a otros y a toda la comunidad, es fruto de una muy equivocada concepción de lo que significa el ser humano, sumado a una alteración radical del sentido de la vida. Tanto el corrupto como el que se deja corromper tienen una limitada visión del bien común y poca claridad a la hora de distinguir entre el bien y el mal. Es la expresión máxima del individualismo y el desinterés por los demás. Es caer en conductas impropias, como cohecho, fraude, engaño, amenazas, amiguismos y clientelismos, para fines como la obtención de poder y dinero.
Olvidan que los buenos resultados son la consecuencia de un trabajo bien hecho.
Para superar la corrupción hay que comenzar a comprender la educación en un sentido más amplio que el actual. La educación hoy se entiende como conocimiento y habilidades que capacitan para desarrollar pruebas y obtener un resultado. Pero deja de lado la formación de la conciencia moral, la que rectamente formada, permite distinguir con claridad lo que son fines de lo que son meros medios, lo que es correcto y justo de lo que es incorrecto e injusto. En definitiva, una conciencia recta puede distinguir el bien del mal y actuar en consecuencia.
Es cierto que formar la conciencia es, en primer lugar, tarea de la familia, pero la escuela, el colegio y la universidad, donde los jóvenes pasan gran parte del día, son lugares privilegiados para fomentar virtudes como la paciencia, la magnanimidad, y el valor del trabajo bien hecho, entre otras.
Si queremos un país verdaderamente desarrollado, hemos de cultivar en la sociedad el sentido del respeto por el otro y por uno mismo, así como el reconocimiento del alto valor de actuar correctamente, puesto que influye en nuestra propia humanidad y en la de los demás. Tal vez una mirada más integral de la pobreza, la que no es solamente económica, sino que también espiritual y moral, puede ayudar a iluminar planes de estudios que abarquen al hombre no solo como un ser que conoce, sino que también como un ser que decide, que actúa, que responde por sus actos y que su vocación última es amar y ser amado.
Vida sin compromisos: desesperanza y pesimismo
Muchas personas me han dicho: “No me quiero comprometer y menos traer un niño a este mundo porque llegará a sufrir”. Una sociedad con esa visión de futuro está condenada al fracaso. Los matrimonios son cada vez menos y quienes se casan, más mayores.
Hoy, por lejos, lo que más se requiere es promover la esperanza, junto con dar pasos para revertir esta situación de pesimismo y desaliento. No nos debe faltar el coraje de decirles a los jóvenes que formar una familia es una maravillosa forma de vivir, de comprometerse con la sociedad, de colaborar con el bien común; decirles que cada hijo es una bendición, porque es una muestra de amor hacia el mundo.
Hostilidad que enferma
Cuando los seres humanos no nos sentimos parte de una sociedad que se nos presenta como hostil, y no tenemos la experiencia de amar y ser amados, respondemos enfermándonos. Es nuestra forma de reaccionar cuando percibimos en nuestra propia vida una distancia entre lo que somos y lo que queremos ser, entre lo que hacemos y lo que queremos hacer.
Esa enfermedad de lo más profundo del ser ha hecho aumentar las consultas por salud mental de modo exponencial. El informe anual de la Defensoría de la Niñez plantea que será crítico el tema de la salud mental especialmente en adolescentes, mujeres, personas con discapacidad, y miembros de pueblos originarios. Además, señala que habrá un aumento preocupante de pensamientos suicidas en adolescentes, de modo especial en Aysén y Atacama.
El malestar es fuente de frustración y sus manifestaciones son múltiples. Es notable como en Chile, sobre todo en las grandes ciudades, han aumentado los niveles de agresividad. En los colegios, las tasas de denuncias por agresiones desde 1988 hasta el 2022 han aumentado significativamente. Recién el 2023 se ve una leve disminución. Detrás de ello, se esconde la idea de que los demás son una amenaza y de que hay que defenderse a como dé lugar.
Bienestar económico y vacío existencial
En estos tiempos se da la paradoja de ver como, por un lado, el crecimiento económico ha llevado a que tengamos bienes y servicios que nuestros padres y abuelos ni se imaginaron y, por otro, experimentamos un vacío existencial muy profundo que intentamos aliviar con lo mismo que lo produce: las cosas.
Todo el aparato económico está pensado de tal manera que siempre queramos más cosas, casi como un deseo irrefrenable. Y una vez que experimentemos la sensación de que no llenó nuestras expectativas, otro producto aparecerá de manera muy seductora de tal manera que nos haga creer que “ahora sí que nos cambiará la vida”, y así, hasta el fin de nuestros días.
Al hombre moderno lo embriagaron con cosas materiales, pero le cercenaron la dimensión espiritual de la vida, aquella que se vincula con su ser interior, con sus sentimientos más profundos y las convicciones inamovibles que surgen de su verdad.
El sistema que gira en torno al consumo y al lucro no logró que las personas fuéramos más felices. Solo logró que el interés por las cosas prevaleciera por sobre las personas y la dimensión técnica de la vida por sobre la ética.
La cultura de lo desechable también se ha instalado en las relaciones interpersonales que suelen ser muy utilitaristas. Así vemos tantos matrimonios que terminan porque las expectativas que tenía no se cumplieron y tengo “derecho” a buscar donde sí se cumplan.
Esto implica un concepto muy limitado de la felicidad puesto que no incluye a los demás como parte de mi ser, sino solo en la medida que me son útiles. Ellos son vistos positivamente en la medida que me ayuden a lograr mis objetivos, pero no como alguien que vale por sí y en sí.
Desde una perspectiva teológica, nada bueno va a pasar porque la naturaleza humana exige vivir la experiencia del encuentro con otros seres humanos y saberse parte de un todo a través de la vida en familia y del aporte que cada cual realiza mediante el trabajo.
Familia y trabajo, los dos aspectos más relevantes de la vida de un ser humano, están heridos. Así, no hay nada en común, salvo la conveniencia inmediata. En este contexto de inmediatez, la dimensión trascendente de la vida se ha relegado al nivel de magia o de mera superstición. A veces en una búsqueda desenfrenada de placer y de novedades, casi como para anestesiarse frente al vacío que experimenta el deseo nunca colmado.
Es doloroso apreciar que no se percibe un interés por cuestionar el sistema socioeconómico que nos rige y menos el sistema educativo que nos prepara desde pequeños a competir, a estar más preocupados por los resultados que de la forma como los obtenemos. Una sociedad fraterna así no se va a lograr. Estaremos entretenidos, pero no felices. La propuesta cristiana, en este escenario, resulta más atractiva que nunca. Es la única capaz de darle un horizonte definitivo a la vida, fundado en la naturaleza del ser humano. Nadie como Jesucristo puede orientar nuestra vida hacia la felicidad plena, que paradójicamente se encuentra en el lado opuesto a lo que nos ofrece el actual sistema de vida. Nos dice que tenemos que sacar todos los talentos que Dios nos ha regalado para servir y no para ser servido; que la auténtica alegría está más en dar que en recibir; que estamos llamados a pedir perdón, perdonar y perdonarnos; que tenemos una misión en la tierra —una vocación— que adquiere plenitud en la vida matrimonial o consagración y que los hijos han de ser acogidos con alegría y amor porque son una bendición y no alguien de quien hay que defenderse.
Es el sentido profundo del mensaje navideño. A todos les deseo una muy Feliz Navidad.
Columna publicada en el diario El Mercurio el 16 de diciembre de 2025, correspondiente a la selección del Diplomado en Gobierno Corporativo y Ética Empresarial.
Card. Fernando Chomali G.
Arzobispo de Santiago, Chile.

